2022 concluyó para el contratenor tucumano Franco Fagioli con una aclamación en Barcelona. Curiosamente aquellos aplausos celebraron su talento no como cantante, sino como director. Era la primera vez que dirigía un concierto en Europa. Para la ocasión, eligió “El Mesías”, de Georg Friedrich Häendel. El debut sucedió en una sala hermosísima y emblemática: el Palau de la Música, el edificio modernista diseñado por el arquitecto Lluís Domènech i Montaner que jugó un papel central como escenario de la cultura y de la política catalanas. Antes había estado allí con la faceta de cantor de óperas que lo catapultó a la primera línea de la música internacional. En una conversación por Google Meet, Fagioli dice que cambian los escenarios, pero no las sensaciones previas a la actuación. “En la Scala de Milán siento los mismos nervios de cantar que en Tucumán”, asegura.
El tucumano no se duerme en los laureles. A comienzos de abril, el contratenor presentó un disco, “Anime Inmortali” (Pentatone), dedicado a las arias que Wolfgang Amadeus Mozart escribió para los famosos “castrati” (“castrados”) del siglo XVIII, que hicieron nacer el “bel canto”. Estos artistas mutilados durante la niñez para mantener la agudeza de la voz representan el mal y el bien, y ofrecen, según Fagioli, una oportunidad para la redención. El artista da la entrevista desde la sala de su hogar madrileño: a sus espaldas hay un cuadro con una escena típicamente española que confiere un anclaje geográfico a la conversación remota.
Poco y nada de acento tucumano le queda este comprovinciano descollante, que descubrió su vena de organista en el Colegio Salesiano General Belgrano e hizo sus palotes en el coro de la parroquia San Martín de Porres.
– ¿Cómo te sentís respecto de los “castrati”, esos cantantes del barroco que sufrieron mutilaciones para ajustarse al registro estético de la época?
– Internamente vivo homenajeándolos. Se conoce muy poco y se ha hablado mucho acerca del tema. Es una situación que ocurrió en un tiempo concreto de la humanidad: errada, por supuesto. Se trata de una situación que representa la capacidad de las personas para lo bueno y para lo malo. Pero uno siempre ha de tomar el bien. Esa es la parte con la que me quedo yo y que me permite aproximarme a estas almas. Por eso el álbum se llama “Anime Inmortali”. Estos artistas creadores del “bel canto” llegaron a ser grandes y famosos, como es el caso de (Carlo Broschi) Farinelli, (Giovanni) Carestini y (Francesco Bernardi) Senesino. A ese pasado y a ese legado me acercan la admiración, el homenaje y la compasión. La música compuesta para los “castrati” está escrita, y hoy en día la interpretamos los contratenores, tenores, sopranos, mezzosopranos… es maravilloso y me quedo con eso. Y la parte mala, ¡a redimirla! La humanidad, por suerte, tiene esa esperanza.
– Sin duda tu condición de intérprete y también de director afamado te habilita para volver sobre cuestiones sensibles o controversiales, como el de los “castrati”, y proponer una visión personal al respecto. ¿Qué responsabilidades entraña la trayectoria que alcanzaste?
– Siempre me acuerdo cuando, en 2007, tuve la gracia de ganar un concurso internacional de canto. Después de escuchar que anunciaban mi nombre lo que hice fue arrodillarme porque sentía la alegría y, a la vez, la responsabilidad de ser galardonado de este modo. Hay un amor a la música y al llamado a ser músico que es lo que tira hacia adelante. Tal vez no estoy pensando tan claramente en los deberes que ello implica, sino en las decisiones y, si querés, en los sacrificios. Yo dejé Tucumán en 2002: mientras viví allí, sabía que iba a llegar un momento en el que debería irme. Esto me generaba entusiasmo porque estaba persiguiendo un sueño pero, por otro lado, era consciente de que dejaba mucho atrás. Están esas dos cosas ahí de forma permanente. En su momento me dije “quiero ser cantante de ópera” y me dispuse a hacer lo necesario para conseguirlo: estudiar, esforzarme, viajar e inmigrar. Tal vez ahora que pasó el tiempo sí pienso más en lo que significa haber logrado un lugar en la lírica mundial. No sé si piso el freno con mayor frecuencia, pero sí trato de elegir mejor.
– ¿Cómo se ve Tucumán desde, por ejemplo, la Scala de Milán?
– Hay algo que une por completo a todos los lugares y son los nervios, la adrenalina previa, de cantar. Eso para mí no ha cambiado. Sigo sintiendo el mismo hormigueo que sentí la primera vez que pisé un escenario en Tucumán, no importa cuál sea el teatro en el que me presente. Creo que eso es maravilloso y llevo ese punto de unión donde sea que vaya.
– ¿Cuál es tu relación con tu voz? ¿Podés escucharte sin horrorizarte?
– A todos nos pasa que nos cuesta escuchar y reconocer nuestra voz hablada en una grabación. También es difícil escucharse con el canto porque uno se critica mucho. Yo trato de que me llegue la parte musical para perdonarme las cosas: de alguna forma, la interpretación está funcionando. Al fin y al cabo con eso nos tenemos que quedar siempre. No todo es perfecto cuando estás cantando. La música tampoco es eso. Y, cuando me toca escucharme, sufro un poco. Normalmente después de grabar un disco nos mandan las canciones para que las escuchemos y veamos si queremos cambiar algo. En esas circunstancias, trato de hacer un balance entre el resultado musical y expresivo, y las cuestiones puramente técnicas.
– ¿Cómo se genera la simbiosis entre la orquesta y los cantantes?
– La música es una cosa muy poderosa. Muchas veces se percibe como una amalgama que nos une a todos o no nos une nada. Yo soy creyente: creo que mi alma estará completamente feliz cuando pueda ver a Dios. El arte permite disfrutar de una manera anticipada de una milésima de esa experiencia. La música te lleva hacia ahí. En una ópera, por ejemplo, participan muchísimas personas y es sumamente necesaria la colaboración humana. Eso se da cuando todos buscan lo mismo, en este caso, le llamemos “belleza”. Estamos todos buscando eso y eso es lo que nos eleva. Yo puedo cantar muy bien, pero preciso de la ayuda del director y de la orquesta, y en conjunto necesitamos entrar en una especie de comunión.
– ¿Qué le decís a los chicos y jóvenes que quieren hacer una carrera parecida a la tuya?
– Es importante descubrir lo que a uno le gusta. Y veo que hay dificultades en estos tiempos con ese tema. A veces los chicos no saben qué quieren hacer. Para lo que sea que vayas a ser, hay una parte que debe ser vocacional, que te llame y que sientas que podés estar en paz con vos cuando hacés eso. Con la música es cuestión de ponerse con ella: de estudiar con alma y con vida; de darle tiempo; de intentar siempre mejorar y de aceptar lo que uno tiene. Pero todo empieza en casa. Por eso mis nervios son los mismos cuando canto en Tucumán que cuando lo hago en Milán. Hay que intentar hacerlo bonito, lindo y bello desde la casa: lo demás se irá dando porque lo soñás. El gusto por buscar la belleza debe estar en el origen, en el punto de partida. Si eso existe, lo demás ocurrirá por añadidura. A mí me pasó eso. Y admito que soy afortunado por la “añadidura” que me tocó.
– ¿Considerás que la inteligencia artificial llegará a cantar mejor que vos y tus colegas?
– ¿Qué es lo que se querrá con todo esto? Porque lo que se quiere es lo que, muchas veces, termina pasando. Cuando apareció la grabación, ya no importaba tanto ir al teatro porque se podía escuchar las obras en otros lugares. Con la música y la tecnología ya vienen pasando cosas, y se vienen creando confusiones. No existe nada mejor que el espectáculo en directo. La grabación es una herramienta maravillosa pero, de ahí a que yo me desconecte de la realidad y no pueda ver la diferencia entre las cosas, eso ya es problemático. Y la lectura de la realidad hoy está bastante jodida. Hemos perdido la noción de la realidad por las redes sociales y las “fotitos”. La vida va por otro lado. ¿Qué irá a pasar con la música y la inteligencia artificial? Reemplazar, no, porque una cosa no es lo mismo que la otra: confundir, sí, por supuesto. A veces estamos muy confundidos con muchas cosas. Todo el tiempo nos venden gato por liebre porque nos cuesta ver la realidad. ¿Cuál sería la parte buena de un robot? Que haga los trabajos y pague a las personas para que estén en sus casas. Si fuera así, genial, pero no lo sabemos. Si los robots harán el bien, genial. Si no, que Dios nos ayude y habrá que estar atentos. Hay una situación de aislamiento que es preocupante: te quieren solo y aislado.
– Me quedo con la idea de que un teatro de carne y hueso es irremplazable.
– Ahora, si te quieren vender la moto, ya es otro cantar. No se puede ir contra la realidad. Ir en contra es desquiciarse.
– Franco, acabás de cumplir 42 años. ¿Cuáles son tus deseos para los próximos meses?
– Estoy bien porque el aprendizaje no se detiene. La voz sigue su camino y su maduración: la voz cambia todo el tiempo para mejor. Es lo que le pasa al cuerpo y es la vida misma. El canto no se termina nunca. Hay algo vivo: el sonido es vibración y movimiento, nunca es fijo ni quieto. Estás todo el tiempo buscando porque tu voz cambia a diario. Si querés repetir un canto, no lo conseguirás. Mi deseo es hacer cosas bellas. Me pone un poco triste y me pesa que nos tape la fealdad en el arte. Todo el tiempo nos muestran lo feo. Sí, está bien, veamos lo feo, pero, también, la salida de eso porque hay una salida. Si no hay salida, el mensaje es cuasidiabólico. Como músico que soy, yo quiero la belleza. Tenemos que exhibir la esperanza porque, si no lo hacemos, estamos mintiéndonos y eso es terrible.